domingo, 30 de diciembre de 2012

Sombras

El niño se había levantado poco antes del amanecer. Trató de coger sus gafas, que normalmente estaban en la mesilla, junto al cabecero, pero no había nada. Tal vez las hubiera dejado en otro lugar antes de meterse en la cama.Se incorporó a medias y observó numerosas sombras desfilando por la pared, entidades de oscuridad que caminaban por la habitación esperando el momento adecuado. El niño se asustó. Se cubrió con la sábana pero no pudo alejar aquella sensación de espanto que le quemaba los nervios. Las sombras seguían allí, resueltas a atacarle de un momento a otro, deslizándose por la pared y el techo, por el suelo y por cada objeto de la habitación. El niño gritó pidiendo auxilio, lloró y sufrió un ataque de pánico como nunca antes había sentido. Las sombras se acercaban a él, malévolas y decididas, dispuestas a devorarlo poco a poco. El niño saltó de la cama y, en acto de salvación, abrió la ventana y se arrojó por ella. Las luces del día desfilaron ante sus ojos. Ya no había sombras...
   -¿Entonces no es grave, doctor? -había preguntado la madre del niño pocos días antes del trágico suicidio.
   -Nada grave, no se preocupe, pero tenemos que asegurarnos de que no va a peor. Vigilen que no se quite
   las gafas, salvo para dormir y asearse.
   -¿Y no verá nada sin ellas? -preguntó el padre, asustado.
   -Sólo ligeras sombras, nada más -respondió el doctor, firmando la receta.

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