miércoles, 26 de diciembre de 2012

Me considero escritor de perturbación

Desde que tengo recuerdo he sentido una morbosa y casi obsesiva necesidad de consumir terror en todas sus vertientes y en los momentos adecuados para ello. No creo que estar sentado, o como cada uno se encuentre mejor, devorando una de esas exquisitas películas de terror de los 70 o un buen tomo de páginas amarillentas que crujen apenas rozas con los dedos su delicada y perfumada superficie, sea motivo suficiente para disfrutar del terror como ha de disfrutarse. Esto es, sintiendo que a nuestro lado, en la más completa oscuridad, alguien o algo nos contempla desde lo desconocido, poniendo en alerta cada nervio de nuestro cuerpo, recordándonos la maravillosa y perturbadora sensación de sabernos vivos gracias al miedo, a ese ancestral sentimiento que nos ha protegido y puesto en alerta durante tantos y tantos años. El miedo ha de disfrutarse individualmente, en el momento y la situación que cada uno considere apropiadas. 
Me considero escritor de terror, o de perturbación, si se me permite la palabra, y aunque soy consciente de que hoy en día no hay hueco en el mercado para un estilo tan diferente, pero paradójicamente muy apreciado, y alejado del más puro cliché meramente construido para saciar los masivos impulsos consumistas, creo que llegará el día en que alguien me brinde la posibilidad de vivir de lo que realmente me gusta hacer, escribir sobre el miedo, de mostrar al lector que, más allá de vampiros, hombres lobo, fantasmas de bellos rostros o monstruosidades surgidas de pantanos (las cuales, por otra parte, merecen mi mayor respeto y devoción), que más allá de todas las efigies establecidas para calmar las pasajeras y superfluas fantasías de la mayoría de la gente, hay realmente un elemento perturbador en todos y cada uno de nosotros, que florece cuando contemplamos el verdadero miedo, la más vil representación del horror, los ojos que nos miran desde la oscuridad de nuestro subconsciente y que no son otros que los nuestros. Nosotros somos el terror, la violencia, la perturbación de sabernos capaces de cometer atrocidades y traer el Caos a la cotidianidad de nuestras vidas, nosotros que disfrutamos cuando creemos haber contemplado o leído una buena obra de terror, inconscientes de que nosotros mismos deberíamos ser aplaudidos por lo mismo, pues la mayor factoría de horror reside en nuestra imaginación, o al menos así lo he creído siempre.
Por eso me aventuré a escribir relatos y microrrelatos allá por el... Porque el terror siempre se digiere mejor si lo liberamos de condimentos innecesarios, de la carne y la grasa que entorpecen y debilitan los huesos que sostienen la esencia de lo extraño y desconocido, porque nos hacen indagar en el contexto y las circunstancias, moviendo la maquinaria de nuestra mente para ampliar el escenario de lo tenebroso y malévolo. Escribo porque me gusta indagar en lo que va más allá de lo moralmente aceptado, porque en la esencia del horror, y de eso es de lo que finalmente se trata, subyace una composición de oscurantismo que ni el propio autor es capaz de llegar a comprender.

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