sábado, 29 de diciembre de 2012

De la saga de Helyndel el Impuro...

En la mesa, reyes y nobles de alta alcurnia saciaban sus instintos primarios bajo sorbos grotescos y mordeduras ruidosas. Las mozas servían el vino en copas de plata y oro, y los músicos tocaban una melodía picaresca para deleite de las infantas y damiselas que se enturbiaban bajo sus tocados. Era una cena informal, alegre, repleta de alcohol y especias que sin duda calentarían los cuerpos antes que las sábanas. El rey presidía la mesa con regio porte y ebria mirada, y su esposa, la reina Evolett, evitaba por todos los medios posibles que la atrevida mano del barón Chalesbury se acercara demasiado a su descubierto muslo.
En un momento avanzado de la noche, el rey mandó llamar al mago de la corte, el viejo Desdered Moire, para que les deleitara con juegos y trucos mientras daban cuenta del postre.
El viejo atravesó la puerta del inmenso salón, cubierto con su larga y deshilachada túnica negra y apoyado en un desportillado bastón de roble. Todos guardaron silencio. Las madres abofetearon a los niños que se negaban a sellar sus labios, los criados y las damas de compañía se retiraron a la oscuridad de las columnas traseras, donde la luz de las antorchas apenas alcanzaba, y los perros fueron echados a las habitaciones contiguas para que no hicieran mucho ruido al agitar las colas sobre el suelo de arena. La actuación iba a comenzar.
Poco a poco, el sueño fue apoderándose de los comensales, una profunda sensación de pesadez e inactividad, y antes de que llegaran a cerrar los ojos por completo contemplaron la siniestra sonrisa del viejo mago, que ya estaba terminando de espolvorear lo que había traído en la palma de la mano. Unos golpes secos sobre la mesa y el suelo le confirmaron que tanto la nobleza como la servidumbre estaba preparada.
Luego, mientras el sueño los había poseído, el mago degolló a todos y cada uno de los allí reunidos.  

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