domingo, 30 de diciembre de 2012

Brujería en el ocaso

Es sabido que ciertos libros, imágenes o melodías, actúan sobre nosotros de manera insidiosa, devorando nuestra razón para mostrarnos en la soledad de nuestra presencia las peligrosas cualidades vampirescas que ejercen sobre nuestra mente, procurándonos una dependencia placentera a la que gustosos nos arrojaríamos una y otra vez, una y otra vez...
Harry Singht volvió a dar una calada a su cigarrillo, absorto por completo en la estropeada fotografía que había caído del libro. Era en blanco y negro, muy antigua, y en ella se veía la figura de una mujer vestida de blanco y envuelta por las sombras de lo que parecían decenas de árboles a su alrededor. Aquella foto podría haber sido una más, pero Harry sabía que no lo era, pues en aquellos ojos había una maldad como nunca antes había visto, un odio que iba mucho más allá del mero placer del violador o del asesino, una oscuridad a la que nadie en su sano juicio volvería a mirar. Harry alzó la foto, cerró el libro y se quedó ensimismado. Sabía que era una bruja entre las brumas al atardecer, en ese momento en el que las luces se doblegan ante las sombras y el sol se esconde bajo las alas de la noche. ¿Cómo lo sabía? Su contacto, Everia Segeld, le había puesto al tanto; el libro que tenía sobre la mesa había sido escrito de puño y letra -allá por el medievo- por el mago Desdered Moire, un loco obsesionado por los rituales paganos y los dioses antiguos, y se decía que las brujas de la vieja escuela habían escrito en él numerosos rituales y sortilegios. Everia lo había contratado, y era una experta en simbología. En las tapas de aquel sucio, mohoso y crepitante libro había advertido una muesca trazada no hacía muchos años y que respondía a un secreto código entre brujas para legarse conocimientos de unas a otras. Más o menos, le había explicado la catedrática, venía a significar algo así;

Seguimos vivas, seguimos aguardando...
La brujería en el ocaso será justamente el comienzo...

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