viernes, 18 de enero de 2013

Rosa roja

Ella, delicada como una rosa, cubierta de seda y viento.
Pétalos de roja esencia discurren junto a sus pechos, pequeños y hermosos, otrora cautivos de toda mi presencia.
Líneas de vida que se escapan con el último suspiro, su cabello apelmazado como la noche se esparce tras ella, sobre la blanca cama.
Como el mármol se ha tornado, su piel blanda y colorida, fría como el más frío invierno, dura como el rechazo que me mostraste en un principio.
Con los labios entreabiertos dejas escapar tu vida, rosa roja de ciudad, el cuchillo todavía yace entre sus inertes dedos, juez de tus nobles sentimientos.
Yo siempre había estado ahí, pero no supiste verme.
Ella, delicada como una rosa, cubierta de seda y muerte,
de insidiosas cualidades vampirescas, mi razón a mí  ya no me obedece.
La ciudad se hace grande a mis pies, el viento sacude mi ropa. Atrás quedaste con la vida, con el futuro y los sueños, y ya no me queda más salida que juntarme de nuevo contigo en el Reino de los Muertos.

sábado, 12 de enero de 2013

El hombre de las sombras


No suelo ser demasiado crítico con una obra, ya sea de cine, música, literaria, o en cualquier otro formato, pues soy consciente de que, detrás de ella (sea cual sea el resultado), hay esfuerzo y una ilusión, que ya de por sí merecen mis respetos. 
Bien, dicho esto comenzaré con la crítica de El hombre de las sombras. 
Viene reforzada por Pascal Laugier, (Martyrs, Saint Ange), que aunque no es santo de mi devoción sí me parece alguien que mima el tema de sustos y saltos del asiento. Y ahí acaba todo.
Decir que la película no me ha gustado es más bien poco. Desde las actuaciones, forzadas a más no poder, al guión, mucho más forzado si cabe, totalmente sin sentido de un momento a otro, no puedo decir nada bueno, la verdad, y es una pena, sobre todo por la pequeña explicación inicial. A su favor diré que sí que me resultaron tentadores esos escenarios boscosos cubiertos de bruma y oscurantismo, la decadencia del pueblo donde transcurre la acción así como la escena inicial de la protagonista tratando de insuflar vida a un niño muerto, y es que es lo que sobresale de la película. El resto... bueno, tampoco quisiera desvelar nada.
Así mismo, el mensaje que pretende insuflar en nuestras pasivas consciencias es, cuando menos, desalentador. 
Nadie tiene derecho, repito, nadie, a juzgar el modo de vida, y mucho menos a decidir sobre ella, de las personas. ¿Quién juega a ser Dios para decidir el futuro de los niños? Sus padres, y nada más que ellos. Ni la sociedad, ni justicieros vestidos de sombras, ni nada. No hay más discusión. En este punto, creo que la idea sobre la que gira el final de la película es errónea, y una chica nos hace una pregunta verdaderamente aplastante, en cuya respuesta reside la verdadera valoración del metraje, así como el mensaje que pretende transmitir a base de giros y hombres de las sombras.
Al menos, al contrario que muchos filmes, el malo de turno no sobresale por su personalidad histriónica.

Valoración: 4/10

jueves, 10 de enero de 2013

Escritos del devenir, Relato I. Noche eterna.


-He oído que sois capaz de proporcionar la vida eterna, Ominosa Emperatriz.
Nieth, en su trono de metal y carne, esbozó una siniestra sonrisa. O algo así le pareció al joven Asenet, que no podía jurar que aquellos labios descarnados y volteados hacia atrás pudieran realizar otro gesto que aquel de espanto y horror que poseían.
-Has oído bien entonces, Asenet. -La deidad se puso en pie. Los apéndices gelatinosos y ovoides que brotaban de su hueso parietal se agitaron tras su espalda. Una estrecha tela de seda blanca cubría la mitad inferior de su desnudo cuerpo, seductor y terrible a la vez-. ¿Qué estarías dispuesto a ofrecerme para complacer tus deseos?
Asenet se arrodilló aún más bajo la presencia de la Emperatriz. Se sentía horriblemente indefenso ante su presencia, insignificante y perecedero como una hoja de papiro junto al fuego. La breve mortalidad envolvió su consciencia mientras imágenes de horrores indecibles y mares de sangre se agolpaban en su cabeza. Las palabras de la Emperatriz Nieth poseían aquella fuerza.
-Os ofrezco mis tierras, mi ganado y toda la cosecha del año, Ilustrísima Deidad.
Nieth alzó su látigo de cuero y un bastón que recordaba ligeramente a un falo en erección. Sus ojos se estrecharon y una expresión de ofensa apareció en su abominable rostro. Tras el trono, el visir Tjebenet se revolvió con temor. Encadenado como estaba por el cuello a una gruesa argolla anclada en el mismo trono, no podía librarse ni un instante de la ira de su señora, aunque ésta fuera provocada por otra y hacia otra persona. Los arañazos, las mordeduras y los anélidos biotecnológicos que sobresalían de su piel daban evidencia de ello. Cuando el campesino marchase, ella le provocaría eternos padecimientos y placeres.
-¿Acaso me has tomado por uno de esos primitivos seres de la antigüedad? -rugió la Emperatriz, usando su verdadera voz. Era un eco frío, distante, como pasos solitarios sobre un puente cristalino frente al eterno abismo de la no existencia-. Yo soy el devenir y la evolución, el progreso en su estado más puro, la esencia del tiempo que ordena todas las cosas. La carne y la sangre son los únicos sacrificios que me ofrecerás. ¿Estás dispuesto a pagar tan alto precio?
La vida eterna... Asenet se mordió la cara interna del labio inferior. No sabía si la Emperatriz podía leer sus pensamientos, pero no lo descartó como algo improbable. Su vida no tenía sentido, eso lo había reflexionado hasta la saciedad en las frías noches de su hogar, y no hallaba manera de encontrar la salvación y lograrse un futuro bendecido con la esperanza de que sus recuerdos no cayeran en un pozo sin fondo. Entonces llegó desde el cielo nocturno aquella monstruosa deidad con sus promesas y milagros, sus profecías y diatribas sobre seres inmortales y evoluciones paralelas a la razón humana. Se alzaron construcciones grotescas en honor de la Emperatriz, recintos inmensos de orgánica locura mezclada con extraños metales que resonaban con tenues zumbidos durante toda la noche, y los sacerdotes se dedicaron en cuerpo y alma, literalmente, a rendir culto y expandir su palabra, ofreciéndole sacrificios humanos para saciar su inagotable sed. La salvación parecía posible, una eterna existencia dominada por el placer y la locura, por las insidiosas sensaciones más primitivas del alma humana.
El campesino asintió. Nieth sacudió la cabeza, haciendo tintinear los apéndices anillados. La luz de las esferas flotantes se reflejó en sus estrechos ojos gelatinosos. Con gesto placentero, extendió el brazo y ofreció un dedo desproporcionadamente largo al hombre que permanecía casi tumbado sobre el frío suelo de su cámara. Asenet alzó la cabeza, observó con temor el dedo y pensó que debía de tener algún tipo de significado todo aquello. El dedo se acercó a medida que la Emperatriz salvaba la distancia que la separaba del hombre, bajando los escalones del trono con indomable determinación. Asenet sintió cómo el temor sacudía sus entrañas, estremeciendo todo su ser, arañando cada fibra nerviosa de su cuerpo. Pero también, oculto bajo el velo del miedo primitivo, yacía una sensación placentera, un estímulo hipotalámico que le provocó un ligero estremecimiento tanto en la nuca como en la entrepierna. Era tan hermosa, tan terrible. Un cuerpo desnudo de protuberantes pechos coronado por un cráneo deforme y horrendo, un monstruo de virtudes y horribles esencias que prevalecería por encima de los intereses mundanos de los simples mortales. La tela apenas lograba ocultar sus voluptuosas piernas, los filamentos anillados que sobresalían de sus rodillas como tentáculos naturales de los que emanaban gotas de una gelatinosa sustancia. Y el dedo se acercaba cada vez más, cada vez más, y no parecía que fuera a parar. De él brotó un ligero brillo, el reflejo de la luz sobre una gota líquida.
Como si hubiera recibido una orden silenciosa, Asenet abrió la boca y dejó que el dedo de afilada y larga uña entrara en ella, resuelto e imparable cual pensamiento proyectado hacia el objeto de deseo. Tjebenet sacudió la cabeza. La cadena tintineó, y sus labios pintados de púrpura se contrajeron hacia dentro, como si temiera recibir la dolorosa sensación del campesino.
-La carne ha de ser purificada antes de la ofrenda -exclamó Nieth, arqueando la espalda de puro placer. Su dedo se retorcía incontrolable en la boca de Asenet-. Recibe los dones de An III, Asenet, consagra la especie y contribuye al nacimiento de la prole que ha de reinar.
La Emperatriz retiró el dedo con asombrosa rapidez, llevándose parte del labio superior del devoto, y regresó a su trono de horror y locura biometálica, lamiéndose el dedo como si degustase una exquisita golosina. Asenet gritó y se arrojó al suelo entre terribles padecimientos, cubriéndose la boca con las manos para tratar de detener la sangre que perlaba el oscuro suelo de la cámara.
Pero la construcción que le rodeaba, que les envolvía en una suerte de pirámide visceral y brumosa, no parecía dispuesta a dejar que semejante festín se desperdiciara conteniéndose en el impuro y débil cuerpo del humano. Extendió sus largos tentáculos, sus brazos corrosivos que chascaban en el aire, y atravesó la piel y los huesos de Asenet, devorando todo a su paso, saciándose, vaciándole de sangre, de carne, de toda la vida, sorbiendo ruidosamente hasta que el brillo de sus ojos se apagó para siempre.
-¡Vive ahora eternamente, Asenet! -rugió la Ominosa Emperatriz, alzando los brazos hacia la negra techumbre de la cámara-. ¡Vive en mí y fluye por mis memorias! -el cuerpo del campesino, retraído en una suerte de piel plegada y restos sanguinolentos, era estremecido por unos pequeños tentáculos que sobresalían del suelo, como aprendices aprovechados que se alimentaran de la carroña dejada por sus mayores-. Pues sabe que soy Nieth, la Devoradora de Hombres, llegada del inexplorado universo para sumir toda forma de vida en una noche eterna.

miércoles, 9 de enero de 2013

Mirando al vacío

El hombre tomó asiento junto a su madre.
-Qué tiempos aquellos, mamá, ¿verdad? ¿Recuerdas cuando nos sentábamos junto al fuego a esperar que papá llegara de trabajar, mientras pensábamos en algún divertido modo de darle un susto? Qué sensaciones me produce todavía el imaginarlo; la calidez del fuego en los pies, el frío del invierno por la espalda, tus brazos rodeando mi pecho, el suave olor de tu cabello contra mi mejilla... Fueron años muy felices, mamá, muy felices y dichosos. ¿Y qué me dices del primo Jacobo? Menuda pieza estaba hecho. Siempre salías a defenderme cuando se metía conmigo, y enseguida me consolabas con tus palabras. ¿Te acuerdas? Ya nada volverá, todo quedó atrás, relegado a nuestros recuerdos. Todo se perderá, y nadie recordará lo felices que fuimos durante mi infancia. El chocolate caliente antes de los regalos de reyes, las risas frente al televisor, los cuentos antes de dormir... Y todo quedará olvidado, como si nunca hubiera existido. ¿Recuerdas, mamá?
El hombre se incorporó y depositó un beso en la frente de su madre antes de salir de la habitación.
Ella, consumida por el tiempo, continuaba mirando al vacío, recostada en una vieja cama con unas pocas y sucias sábanas cubriendo su piel putrefacta. El brillo de sus ojos hacía meses que se había apagado. 

viernes, 4 de enero de 2013

Perseguido

Creía que estaba siendo perseguido.
La sensación era inconfundible; un escalofrío que araña la columna vertebral. La gota de sudor que, indomable, se desliza desde la nuca hacia el coxis en una irrefrenable carrera. Había también otro elemento característico; la inquietud de saberse observado en todo momento, de ser perseguido hasta el momento de darse la vuelta y descubrir que todo ha terminado... por el momento.
Él pensaba que alguien le seguía, y no era sólo una suposición. Podía escuchar los pasos, la pesada respiración, y el peso de los ojos sobre su espalda le ponía los pelos de punta. Así que, resuelto a alejarse de aquel lugar, empezó a correr a través de la acera, esquivando a los transeúntes como si no fueran más que animales distraídos que impidieran cualquier huida. Chocó y tropezó, pero su instinto era mucho más fuerte, más apremiante. Si quería continuar viviendo debía salir de allí, abandonar la calle y resguardarse en la calidez de su hogar.
Cada vez estaba más cerca, por lo que corrió hasta quedarse sin resuello, siempre perseguido por el ente invisible que parecía moverse a su misma velocidad.
Cuando atravesó el portal dejó atrás la molesta sensación. Los ojos desaparecieron y los pasos fueron silenciados. Sonrió. Había ganado.
Al abrir la puerta de su pequeño apartamento, el miedo regresó con más intensidad. Los ojos estaban allí dentro, acechando entre las sombras. Alguien o algo le estaba esperando.

jueves, 3 de enero de 2013

Sin mirar por el retrovisor

Una larga hilera de luces y estrépitos taladra mi cabeza. Llevo cerca de media hora esperando y ningún coche avanza; creo que me volveré loca. Ni siquiera el ligero crepitar del tabaco en mis labios logra alejar la sensación de irrealidad que se está apoderando de mi mente, allí en la carretera, parada y confusa, viendo con desazón cómo pasan a toda velocidad por mi lado izquierdo. El zumbido que dejan a su paso me irrita aún más. Creo que llegaré tarde. Tampoco sé a dónde quiero llegar, pero sé que será tarde, muy tarde. La espalda me suda y noto cada nervio como si estuviera siendo pellizcado, y eso me pone aún más histérica, tanto que puedo llegar a perder el control.
La cola no avanza nada. Nadie ha venido para dirigir el tráfico; llevamos así demasiado tiempo. Empieza a caer una ligera llovizna. El ruido de los coches me perturba. Bien, ha llegado la hora de tomar las riendas.
Sujeto fuertemente el volante, lo giro hacia la izquierda, sin mirar por el retrovisor. Me da igual, si puedo llevarme a alguno conmigo, tanto mejor. Acelero un poco, lo suficiente como para asegurarme de que todo saldrá bien, y salgo de la cola, adentrándome en el carril izquierdo.
Lo último que escuchó es el largo e interminable claxon del coche y un inútil derrapar de ruedas.

Noche eterna

Llega a nosotros, cáliz inmortal
reina donde sale el sol
y tiñe de rojo las aguas.

Surge de tu negro abismo
y consume los mares y bosques,
no quedará nada salvo oscuridad.

Destruye todo lo creado,
porque vinimos de las cenizas
y un lugar allí nos espera.

La noche eterna se está acercando,
y con tu corona de fatalidad
reinarás sobre nosotros, pobres engañados.