lunes, 4 de marzo de 2013

Ninguna luz

Al despertar no había ninguna luz.
Sentí temor en un principio, mas la cordura y la razón me empujaron a imaginar lo que tantas veces había sucedido; era de noche. Al poco empecé a temer que mis pensamientos fueran por el camino equivocado, pues ni de noche ni de día era. De hecho, el tiempo parecía haberse alejado sorprendentemente de mi existencia. Al levantar los brazos topé con una sólida estructura, acolchada y suave, pero, como la roca, dura en su esencia. Los laterales también, y el colchón que me viera caer en las alas del sueño horas antes ahora se había tornado frío y rígido. Un olor a humedad, como de tierra mezclada con agua de lluvia, inundó mis fosas nasales. 
Estaba helado, muy helado.
Pocas pruebas más necesité para confirmar las sospechas que empezaban a fluctuar en mi consciencia; estaba enterrado.
Ahora, el verdadero problema era mi mudez.  

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