viernes, 4 de enero de 2013

Perseguido

Creía que estaba siendo perseguido.
La sensación era inconfundible; un escalofrío que araña la columna vertebral. La gota de sudor que, indomable, se desliza desde la nuca hacia el coxis en una irrefrenable carrera. Había también otro elemento característico; la inquietud de saberse observado en todo momento, de ser perseguido hasta el momento de darse la vuelta y descubrir que todo ha terminado... por el momento.
Él pensaba que alguien le seguía, y no era sólo una suposición. Podía escuchar los pasos, la pesada respiración, y el peso de los ojos sobre su espalda le ponía los pelos de punta. Así que, resuelto a alejarse de aquel lugar, empezó a correr a través de la acera, esquivando a los transeúntes como si no fueran más que animales distraídos que impidieran cualquier huida. Chocó y tropezó, pero su instinto era mucho más fuerte, más apremiante. Si quería continuar viviendo debía salir de allí, abandonar la calle y resguardarse en la calidez de su hogar.
Cada vez estaba más cerca, por lo que corrió hasta quedarse sin resuello, siempre perseguido por el ente invisible que parecía moverse a su misma velocidad.
Cuando atravesó el portal dejó atrás la molesta sensación. Los ojos desaparecieron y los pasos fueron silenciados. Sonrió. Había ganado.
Al abrir la puerta de su pequeño apartamento, el miedo regresó con más intensidad. Los ojos estaban allí dentro, acechando entre las sombras. Alguien o algo le estaba esperando.

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