miércoles, 9 de enero de 2013

Mirando al vacío

El hombre tomó asiento junto a su madre.
-Qué tiempos aquellos, mamá, ¿verdad? ¿Recuerdas cuando nos sentábamos junto al fuego a esperar que papá llegara de trabajar, mientras pensábamos en algún divertido modo de darle un susto? Qué sensaciones me produce todavía el imaginarlo; la calidez del fuego en los pies, el frío del invierno por la espalda, tus brazos rodeando mi pecho, el suave olor de tu cabello contra mi mejilla... Fueron años muy felices, mamá, muy felices y dichosos. ¿Y qué me dices del primo Jacobo? Menuda pieza estaba hecho. Siempre salías a defenderme cuando se metía conmigo, y enseguida me consolabas con tus palabras. ¿Te acuerdas? Ya nada volverá, todo quedó atrás, relegado a nuestros recuerdos. Todo se perderá, y nadie recordará lo felices que fuimos durante mi infancia. El chocolate caliente antes de los regalos de reyes, las risas frente al televisor, los cuentos antes de dormir... Y todo quedará olvidado, como si nunca hubiera existido. ¿Recuerdas, mamá?
El hombre se incorporó y depositó un beso en la frente de su madre antes de salir de la habitación.
Ella, consumida por el tiempo, continuaba mirando al vacío, recostada en una vieja cama con unas pocas y sucias sábanas cubriendo su piel putrefacta. El brillo de sus ojos hacía meses que se había apagado. 

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