miércoles, 3 de abril de 2013

La cabaña del bosque


La casa (no, la choza) que se alzaba frente a mí, en mitad de la nada, era, cuando menos, una suerte de tablas mal encajadas y cristales destrozados. La bruma que palpitaba en el porche no ayudaba a alejar la sensación de inquietud que se había adueñado de mi razón desde que atravesara el lindero del bosque, y  los únicos vestigios de que alguien había morado allí anteriormente respondían a unos cuantos vasos rotos y un par de fotografías calcinadas.
Apreté el libro entre las manos.
Si los mensajes descifrados estaban en lo cierto, me hallaba ante lo que había sido el escondrijo de una bruja. No una inconformista rebelde que encuentra algo de falsa liberación en las extravagantes prácticas esotéricas de la New age. No. Allí se respiraba algo más arcaico, más oscuro, más sencillo y terrible por su  preteridad. Allí, en algún tiempo, había morado una bruja de la vieja escuela, de las que embaucaban a inocentes para sacrificarlos en honor de siniestras deidades.
Un murmullo a mi espalda, como una voz llevada por el viento, me confirmó lo que ya sospechaba: tenía que abandonar aquel lugar cuanto antes. 

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